A pesar del descenso de la temperatura y lo escondido que está el cementerio, se observa bastante movimiento
Cada tumba del panteón municipal de Tehuitzingo honra la vida de una o más personas que fallecieron en un pasado reciente o décadas atrás. Ni la ausencia física o el paso del tiempo ha terminado con el amor que les tienen sus familiares, quienes cada año esperan con ansias el Día de Muertos, celebrado el 01 y 02 de noviembre, para reconectarse con ellos y sentirlos más cerca al velarlos en el camposanto, mientras el olor del incienso, la flor de cempasúchil y el ruido de bandas y mariachis impregnan el lugar.
Sentada en un banco frente a la tumba de su madre está una persona de la tercera edad, cubierta con una cobija gris mientras bebe café. Mientras la luz de las veladoras encendidas iluminan su rostro, Magdalena recuerda que su mamá era muy estricta, le decía que el papel de las mujeres era dedicarse a las tareas del hogar, como barrer, trapear, hacer la comida y lavar, aunque es consciente de que actualmente se tiene una visión muy diferente de ese tema.
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Hace 14 años, cuando recientemente falleció su madre, lloraba constantemente por su pérdida, aunque con el paso de los años comenzó a acostumbrarse a la misma: “ahora platico mucho con ella, le hablo, luego charlamos, pero hasta ahí, no nos queda de otra que seguir constante toda esta tradición que nos dejaron, y más que nada es para recordarlos, los momentos que vivíamos juntos”.
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Cada año se traslada desde Acatlán de Osorio hasta Tehuitzingo, donde está sepultada, para velarla el 02 de noviembre, no necesita de más familiares, solamente su hija, una pequeña olla de café que la ayude a soportar el frio de la madrugada, y una cobija para abrirla.
“Es un muy bonito, pero a la vez nostálgico, se reviven recuerdos bonitos y otros que no lo son tantos, pero forman parte de una cultura que ellos nos dejan, es una tradición que vamos llevando día a día, año tras años. Recordándolos es volver a vivir el momento que estábamos con ellos”.
Localizado a dos horas de la capital, el camposanto del municipio es uno de los tantos distribuidos en el estado de Puebla que mantiene la tradición de velar a sus muertos el 01 y 02 de noviembre, cuando se les otorga el permiso de cruzar del más allá, para convivir con sus seres queridos, según la religión católica. Por ello, la noche del viernes y madrugada del sábado, el cementerio del lugar irradió luz proveniente de las velas colocadas en cada tumba, mismas que estaban adornadas con flor de cempasúchil, hojaldras, y algún platillo que le gustaba al difunto o difunta.
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En la entrada del panteón está Mariely, junto con sus hermanas, quien vino desde la Ciudad de México (CDMX) para velar a su abuela, su hermano y su sobrina, esta última es la más reciente, falleció a causa del lupus, una enfermedad que ocurre cuando el sistema inmunitario, que normalmente ayuda a proteger al cuerpo contra infecciones y enfermedades, ataca sus propios tejidos.
De acuerdo con los familiares, a la chica de tan solo 19 años de edad le gustaba mucho la temporada del Día de Muertos, así que les da mucho sentimiento cada que llega. Además, se convierte en un momento para reunirse con sus hermanas en la tierra de sus familiares, donde lo que más les gusta es el calor de la gente, que se caracteriza por su solidaridad y apoyo.
Aunque es doloroso para Mariely acudir al panteón, considera que la tradición es muy bella, porque une la vida con la muerte, al tiempo de desatar muchas como alegría y nostalgia.
“Es muy bonita, vienen familiares del extranjero, como del pueblo, y eso hace que nosotros recordemos cada etapa que vivimos con nuestros seres queridos que ya no están en este plano terrenal”.
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A pesar del descenso de la temperatura y lo escondido que está el cementerio, se observa bastante movimiento en el sitio, chicos y grandes colaboran para acomodar los adornos, algunas personas están sentadas en bancos y cubetas, otros optan por acomodarse en el piso lleno de tierra, cada quien lo hace a su manera, así que es normal ver gente en silencio, solamente observando la tumba de aquel ser querido que partió, o escuchando música mientras bebe café, tequila o cerveza.
Afuera del lugar hay comercialización de flor, comida, agua de sabores, refrescos, servicio de estacionamiento y sanitarios, así que hay actividad como si fuera de día. De fondo, se escucha la banda o el mariachi, porque los músicos también aprovechan para ofrecer sus servicios ante la demanda de personas.
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Antelma es otra de las mujeres que estuvo en el lugar, ella visita a su esposo, solamente la acompaña su hijo. Ambos llegaron justo a la media noche del 02 de noviembre y en menos de una hora lograron adornarle toda la tumba.
Hablar de su esposo todavía le resulta doloroso, por el enorme amor que le tuvo, así que prefieren permanecer en silencio, mientras suenan de fondo canciones que solía escuchar cuando estaba en vida.